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Alan David: Waiikiki, el viaje al extranjero de un artista nómada.

  • Foto del escritor: HonkytonkMagazine
    HonkytonkMagazine
  • 1 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: hace 4 días



Alan David no pinta para decorar: pinta para PROYECTAR. Su vida, como sus trazos, fluye sin seguir líneas rectas. Va en espiral, en movimiento, como quien se atreve a buscar algo más profundo en cada paso.

Pintar y andar con mochila al hombro y encontrarse a uno mismo no es tarea simple. Escuchar la historia de Alan es abrir un mapa de cambios, búsquedas y decisiones que inspiran. No se autodenomina artista desde siempre. Se ha ido reconociendo en cada experiencia, en cada color, en cada conversación con la calle, con el mundo.







Si es bien cierto que encontrarse no es sencillo, recapitular cómo son los primeros años de un artista “hasta que él mismo pueda llamarse artista” son transiciones que merecen ser escritas, porque inspiran y traspasan fronteras al mostrarnos dónde se puede empezar el camino hacia la libertad creativa, algo que para muchos puede causar miedo, para otros es el mayor propósito de su vida. ¿Cómo sucede esa transición? Alan David nos cuenta un poco de su historia.



Originario de Buenos Aires, Argentina, con tan solo 19 años comenzó su espíritu nómada, gracias a un primer viaje con amigos del colegio hacia Brasil. Su mentalidad obtuvo en ese momento el sentido de la EXPANSIÓN, debido a que se trataba de su primer viaje, ese que te muestra que la vida es más que nuestra zona conocida. Trabajando temporalmente en empleos que no saciaban su creatividad del todo, decide a los 21 años irse a Búzios, cerca de Río de Janeiro en Brasil, donde comienza el aprendizaje de viajar ligero con una mochila, trazando nuevas rutas por Perú, Bolivia y Ecuador. Ligeros toques de impulso hacia el viaje del autodescubrimiento de su propósito… PROYECTAR los mensajes a través del arte. Cada país le dio una enseñanza. Pero fue un libro —Las enseñanzas de Don Juan— y una experiencia de salud que lo llevó al límite lo que lo introdujo a un nuevo nivel de conciencia. Sin buscarlo, las plantas de poder aparecieron en su vida y lo conectaron con una espiritualidad antigua, intuitiva, que cambiaría su percepción del mundo, a sus 23 años.



Quemar las naves no es fácil cuando el alma lleva brújula propia. Alan David supo que crecer también es soltar, y en cada despedida a su tierra hubo un regreso íntimo hacia sí mismo. Entre idas y vueltas por Latinoamérica, el teatro se cruzó en su camino como una revelación: le dio cuerpo a su voz, presencia a su timidez, y le enseñó a habitar el escenario como se habita la vida: con coraje y propósito.




¿Todo fue color de artista?


En la teoría del color y de la luz, el blanco representa la presencia de todos los colores, mientras que el negro simboliza la ausencia de luz. ¿Qué sería de la obra sin la oscuridad del negro?



Hablamos con él solo un poco de esa etapa invernal que vivió en la Patagonia, Argentina. Alan David atravesó un invierno interior. La pérdida de un amigo marcó un quiebre silencioso, de esos que no se anuncian pero lo cambian todo. Hay duelos que dejan cicatrices invisibles, y en su caso, fue también el umbral hacia un despertar más profundo. La astrología y el tarot llegaron como faros, como lenguajes simbólicos para comenzar a entender lo que duele y no se puede nombrar. Porque a veces, solo el alma tiene la llave para abrir ciertas puertas que nos conectan en otros niveles. Fue así como Alan David comenzó a conectar profundamente con su etapa más intuitiva y reflexiva. Ese llamado interior lo llevó a emprender un viaje en solitario al norte de Brasil durante tres meses.


Ahí, como si el universo hubiera alineado el encuentro, coincidió con su maestro de pintura: David Arrañado, quien no solo le enseñó a pintar, sino a tocar y cuidar un pincel como si fuera la varita mágica de su vida. Regresó a Bariloche con el corazón cargado de propósito, dispuesto a integrar sus tres grandes lenguajes: el teatro, la astrología y la pintura.






Durante la pandeHonky Tonk Magazine es una revista y medio independiente que explora la cultura, música, arte, moda y sostenibilidad en México. Damos voz a lo auténtico, a las expresiones creativas que nacen desde lo local y lo underground. Creemos en el poder de las historias que inspiran conciencia, comunidad y cambio. Nos apasiona mostrar un México diverso, creativo y comprometido con el arte, la verdad y la transformación social.mia, ya sin miedo escénico, dio forma a su marca personal. Desde entonces, se ha dedicado a la creación de contenido con un enfoque astrológico y servicio social guiado por su visión como tarotista en el Instinto Plutoniano: un espacio ideal para quienes buscan una bienvenida a su proceso de autodescubrimiento con pinceladas de un psicoanálisis poco convencional.



Y fue justo en esa integración profunda de cuerpo, mente y espíritu donde comenzó a florecer otra verdad: el arte como herramienta de transformación social. Alan David, ahora Waiikiki, con su identidad más reforzada, encontró en los muros una forma nueva de nombrar el mundo, una manera de pertenecer y, al mismo tiempo, de liberar. Como si cada trazo viniera guiado por un lenguaje que no siempre necesita palabras, pero que resuena.


"Waikiki", que en hawaiano significa chorros de agua que caen del cielo, nombra también ese instante de revelación: cuando una imagen se vuelve mensaje y el mensaje se transforma en semilla y tal vez en una bella flor. Sus murales no solo se plantan; germinan. Y en ellos, si miras bien, suele aparecer el color morado —esa frecuencia alta del espíritu—, como un eco de las conversaciones que habitan en la psique compartida, donde la flor de la vida no es solo geometría sagrada, sino pulsación interna.




Lo que alguna vez fue introspección hoy se manifiesta como ofrenda pública. Waiikiki ritualiza cada espacio que interviene. Con la precisión de quien sabe tocar un pincel como una varita mágica, honra lo astrológico, lo ancestral, lo social. Cada obra suya parece decir más de lo que se ve… como algunas conexiones, que no necesitan ser explicadas para sentirse.




A veces —entre una flor, un símbolo y una mirada—, nos encontramos ahí, donde el arte no solo transforma al mundo, sino también a quienes lo observamos juntos.




El propósito de una flor es similar al presente, no se puede retener. Por más que quieras protegerla, en algún momento se marchitará. Y eso no la hace menos hermosa. Al contrario, es justamente su fugacidad lo que la vuelve sagrada. Porque su valor no está en cuánto dura, sino en lo que despierta mientras florece a tu lado. 


La flor enseña a estar aquí, ahora. A honrar lo que es sin pretender que sea eterno. Nos recuerda que el amor, la belleza, incluso la inspiración, son actos del instante. Y que lo único real es el tiempo compartido, el aire que respiramos junto a lo que amamos, antes de que se transforme en recuerdo. Cuidar una flor no es evitar su fin, sino agradecer su presencia.


Waiikiki y la flor de la conciencia.


A veces, el nombre "Waiikiki" no parece contener el peso de su obra. Hay algo en él que se desliza, que suena más a ola que a raíz. Pero detrás de ese nombre hay un artista que ha decidido florecer. No es casual que las flores y las aves lo atraigan: en su simbolismo, en su color, en su lenguaje silencioso encuentra consuelo y sentido. Lo acompañan como símbolos de transformación y libertad, como mapas para una vida más consciente. El violeta, color de la transmutación, lo envuelve como un aura que lo impulsa a reinventarse.





Desde que llegó a México, Waiikiki ha comenzado a fundar una nueva versión de sí mismo. Este país no solo le ha dado nuevos paisajes, también nuevas posturas ante la vida. Por primera vez, ha sentido la urgencia y el deseo de construirse desde otras herramientas: el muralismo, el arte público, los espacios callejeros que respiran verdad. Es aquí donde ha empezado a sembrar semillas de su historia, trazo por trazo, como quien decide quedarse para transitar México y proyectar el mensaje.


Waiikiki no siempre lo nota, pero su compañía tiene algo terapéutico. Estar cerca de él es estar cerca de un propósito en movimiento. Cada pintura suya es un desafío emocional, una conversación entre el color y la experiencia. Hay peso en sus palabras, porque cada palabra es también una pincelada de vida. La pintura se convierte en una forma de alquimia, todo lo que hace está conectado.


Transforma las heridas en símbolos, el silencio en color, el duelo en vida. Waiikiki pinta porque es su forma de decir lo que el alma intuye. En sus murales, como en su vida, no hay miedo al proceso. Solo hay el valor de mostrarse tal como uno es, sin máscaras. En su arte, como en sus palabras, Waiikiki nos invita a reconocer nuestra propia fuerza. Y al final, nos deja con una única verdad: el arte no es el que se observa, sino el que se vive. Y en ese vivir, encontramos la magia de ser nosotros mismos, un gran recordatorio que vale tener pintado en la nevera.


Si deseas adentrarte más en el mundo de Waiikiki, en sus murales, en su viaje interior y en la vida que se despliega tras cada pincelada, no dudes en seguirlo en sus redes sociales. Ahí podrás descubrir más de su arte, de sus procesos y de cómo, a través de cada obra, nos invita a mirarnos más allá de lo evidente. Además, si tienes un proyecto creativo, un establecimiento o un hogar que te gustaría llenar de su esencia, no dudes en contactarlo.



Síguelo para ser parte de su historia, para compartir su viaje y tal vez, encontrar un pedazo del tuyo en su camino.



 
 
 

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