El privilegio, de no habitar en el otro.
- HonkytonkMagazine
- 28 may
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Actualizado: 29 may

"Hay quienes nacen sobre tierra ya abonada, y quienes, como ella, tuvieron que salir con las manos desnudas a sembrar flores en el desierto o romper asfaltos, con la belleza de esa flor".
"Querido Lector:
Dicho artículo está escrito con un sentido crítico hacia la violencia social de hoy en día, la cual desgraciadamente ya no es solo de género, se le pide al lector amplíe su percepción y su vulnerabilidad hacia todas aquellas personas que viven hoy dichas situaciones sin importar, nacionalidad, cultura, género, edad o preferencias culturales o sexuales. Todos importamos".
Imagina este escenario una ex pareja inmersa en la codependencia y en el circulo de la violencia, èl por su parte —libre para ir y venir, con la fortuna de tener un futuro asegurado— vivía en un mundo donde sus actos y tropiezos no significaban retroceso, solo pausas. Aunque creció en un entorno donde un error podía desatar ataques iracundos o violencia emocional, el sistema familiar en el que fue concebido siempre lo protegió del verdadero peso de sus actos.
Ella, en cambio, tuvo que huir de su ciudad natal, escapando de un dolor que no solo era emocional, sino también social y estructural. En ese intento por encontrarse y rehacer su vida, entendió que vivir un día a la vez no es desinterés por las luchas colectivas; al contrario, fue el proceso necesario para descubrir desde qué trinchera debía resistir.
Tú, lector, ¿crees que no es frustrante sobrevivir a un sistema que invalida a quienes comienzan desde cero, con todas sus heridas, intentando crear cultura crítica y revolucionaria desde la nada?
A veces, la apatía hacia las luchas colectivas nace del cansancio, del recuerdo de aquella vez que, con golpes en el rostro y la decisión de denunciar, intentaste ejercer justicia por tu cuerpo, por tu estabilidad mental y tu calidad de vida. ¿Y qué recibiste? Juicios, rechazo, reproches. El sistema y la sociedad cuestionaron por qué aguantaste tanto, por qué no hablaste antes. Y si te agarran vulnerable, incluso te endulzan el oído —como en la fase de luna de miel en el ciclo de violencia— para que desistas de denunciar o de alzar la voz. Sí, aprendimos a identificar ese juego entre servidores públicos "buenos" y "malos" en el sistema judicial.
Esto no es una carta de venganza ni una búsqueda de aprobación. Es un acto de memoria.
Tardé casi nueve años en hablar de lo que me rompió. No fue por miedo ni vergüenza, sino porque el entorno te entrena para callar. Porque cuando una mujer cuenta su historia, la sociedad la interroga más a ella que al agresor. Nos silencian cuando ponemos límites, cuando alzamos la voz, etiquetándonos como locas, intensas, conflictivas, exageradas.

En esta cultura, la palabra "víctima" es una condena más. No basta con atravesar el dolor: hay que explicarlo, probarlo, defenderlo. Y sobrevivir otra vez, una y otra vez, ante la mirada pública.
La revictimización no es solo personal: es estructural. Es el sistema entero —legal, social, emocional— funcionando para deslegitimar a quien se atreve a hablar.
La violencia no siempre tiene rostro o forma definida. A veces llega en silencio, disfrazada de broma, de desdén, de olvido selectivo. Incluso quienes la ejercen no se reconocen como violentos, porque crecieron beneficiados por una red de privilegios que los exime de cuestionarse, de mirarse, de cambiar.
No toda violencia es evidente. A veces se disfraza de cuidado, de bromas hirientes, de indiferencia. A veces te siembran culpa hasta que dudas de tu experiencia. O te dicen "no fue para tanto", como si tu dolor no mereciera espacio.
Y lo más complejo es que, muchas veces, quien violenta no se sabe violento. Porque habita sus privilegios sin preguntarse cómo afectan a los demás. Porque siente que si no lo hace "con mala intención", no está dañando. Porque un sistema que lo protege jamás lo obliga a verse en el espejo con brutal honestidad.
Pero no ver la violencia no significa que no exista. Y no entenderla no justifica que se repita.
No todos los golpes se notan. No todos los gritos se escuchan. No todos los silencios son cobardía.
Hay violencias que no dejan moretones, pero te vacían por dentro. Hay agresiones tan normalizadas que se camuflan de amor, de preocupación, de “te lo digo por tu bien”. Y vivimos en sociedades tan entrenadas para invalidar que, incluso cuando hablas, lo hacen pasar por capricho o exageración.
Tardé casi nueve años en ponerle palabras a lo que me rompió. Y no fue por miedo. Fue porque mi entorno, mi país, mi historia me enseñaron que, si una mujer habla, se convierte automáticamente en sospechosa de su propio dolor. En este sistema, las víctimas deben probar su verdad constantemente, mientras los agresores viven bajo el cómodo beneficio de la duda.
No hablé para que me creyeran ni para dar lástima. Hablé como acto de sanación. La escritura es mi forma más limpia y libre de sobrevivir, de transformar la rabia en sentido. Escribo porque entendí que mi historia no es única. Que el sistema protege a quienes pueden esconder sus errores tras un apellido, una cuenta bancaria o una red de seguidores. Que la compasión escasea entre quienes nunca tuvieron que ser comprendidos.
Entendí algo más brutal: que la violencia no solo viene de quien la ejerce, sino también de la sociedad que la permite, la minimiza o la disfraza. Cuando una mujer rompe el silencio, el juicio llega desde todas las trincheras: familia, amigos, desconocidos. La revictimización es colectiva. Es social. Es estructural.
Hoy ya no pido que me crean. Me da igual si lo hacen. Escribo para nombrar lo innombrable. Para devolverle sentido a lo que fue prisión sin nombre.
¿Crees que el robo de una bicicleta valía la pena para que me que me golpearan en la cara y en la espalda? ¿O que el olvido de su identificación justificaba gritos e insultos en la vía pública?... Absolutamente no. Esa y muchas otras formas de violencia, habite y normalice, para no incomodar y que la sociedad no me aislará. Obteniendo completamente anular y destruir mi persona e identidad.
Hoy escribo y creo por tod@s las que aún no pueden hacerlo. Porque incluso sobrevivir día a día al abuso e intentar ser buena persona es resistencia. Porque luchas y trabajas contigo misma para no convertirte en aquello que te rompió. Eso le ha dado paz a mi alma.
Porque la primera lucha de resistencia es crear una identidad firme, consciente, libre. Porque elegir no convertirte en lo que te hicieron ya es, en sí mismo, un acto de revolución.
Dale fuerza y honor al poder de tu ira y dolor, reinventandote las veces que sean necesarias y sin olvidar el proceso de habitarte en calma. Ese es tu privilegio. La dicha de estar aquí para contarlo.

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