A unos días de alcanzar esa mítica edad en la que, supuestamente, uno debería haber llegado a la "adultez verdadera", surgen preguntas intrigantes como: ¿Debería la vida tener un plan sólido? Según las reglas sociales, para este momento ya deberíamos haber dejado atrás las noches de sábado imprudentes y las “resacas existenciales”, esas que se supone son reliquias del pasado. Sin embargo, ahí sigue: esa incertidumbre de los domingos por la noche, justo antes del lunes rutinario, recordándonos el famoso checklist del “éxito a los treinta y cinco”, un concepto que parece más un meme que una realidad alcanzable.
Si es viernes por la noche, son las 11 pm y ya estás programando tu alarma para levantarte a las 8 am del sábado y aprovechar al máximo el día, esta reflexión es para ti.
Entre el ideal y lo inevitable.
La ironía es ineludible: crecimos persiguiendo el ideal de convertirnos en “la mejor versión de nosotros mismos”, solo para encontrar la adultez envuelta en una vorágine de horarios apresurados, tiempos desfasados y una ansiedad constante que manejamos con diferentes grados de honestidad. A eso le sumamos crisis imprevistas, triunfos económicos erráticos y, por qué no, la sombra de un apocalipsis climático entre miedos a la inteligencia artificial y un mundo de desastres zombis.
En esta nueva era tecnológica, donde parece más rentable dejar de trabajar con humanos emocionalmente disfuncionales, surge la pregunta: ¿Podría un robot explicarme, mostrarme y venderme la magia de ahogar las penas en un shot de tequila servido con empatía y humor?
La ansiedad como compañera constante...
Parece que nuestra generación, atrapada entre sueños grandiosos y el miedo al desastre, ha entablado una relación estable, no con el romance, sino con la ansiedad y la procrastinación. ¿Esto es vivir en el presente o simplemente sobrevivir bajo el peso de expectativas exageradas y comparaciones absurdas entre los conceptos individuales y colectivos de éxito después de los veinte?
Una verdad incómoda...
Nos hemos convertido en quejumbrosos sin filtro, alimentados por un contenido en video que nos ofrece entretenimiento instantáneo y respuestas pre elaboradas. Leer y escribir por cuenta propia parece cada vez más obsoleto. Los textos largos se ignoran, y las conversaciones significativas parecen ser un lujo desplazado por algoritmos que dictan qué pensar y sentir.
Esto no pretende desmerecer el trabajo de creadores de contenido que apuestan por la calidad. Pero, ¿es realmente efectiva esta educación visual cuando hay miles de personas kinestésicas que necesitan aprender desde la práctica, el contacto directo y la reflexión activa? Quizá estamos priorizando un enfoque educativo que no siempre conecta con todos los estilos de aprendizaje.
Del caos a la introspección...
Y aun así, en medio del caos de la sobreinformación y el sobreestímulo, existen pequeños triunfos. A esta edad, comenzamos a valorar más la paz con nuestro cuerpo y mente que la validación externa. Para algunos, el éxito es tan simple como pagar la renta y tener algo ahorrado; para otros, son los autos lujosos, los viajes o, quizá, no estar postrados en una cama de hospital.
¿Es flojera querer estabilidad a través de un progreso gradual y significativo? Ya sea mantener una rutina de gimnasio durante seis meses o abandonar un mal hábito, el enfoque suele trasladarse a encontrar momentos de asombro y simplicidad en medio del desorden.
Lecciones de nuestros veinte...
Crecimos creyendo en grandes sueños y escuchando advertencias sombrías sobre cómo la “vida real” sería una cadena perpetua de ansiedad y arrepentimientos. Como canta Natalia Lafourcade en En el 2000: “Mi hermana va a parir una criatura de una relación ardiente y deprimida, de un sujeto que se ha ido y la ha dejado.” Muchos evitamos el cliché de los embarazos no planeados, solo para caer en relaciones desechables o, peor aún, en aquellas marcadas por heridas emocionales etiquetadas como “abuso”. Pero incluso un corazón roto a los treinta y tantos tiene su lado positivo: una soltería más introspectiva, resiliente y, sin duda, con un bolsillo más lleno.
Y tal vez, solo tal vez, esa tía entrometida deje de preguntarte “¿Cuándo vas a sentar cabeza?” cuando vea que tus anécdotas giran en torno a aquello que realmente te hace levantarte un domingo por la mañana.
Redefiniendo el éxito
Al final, esta etapa de la vida se siente como una lucha entre vivir el presente y resistir una existencia cargada de información, comparaciones y el esfuerzo inútil de encajar en el molde adulto de sacrificio constante. Perseguir lo “socialmente aceptable” ahora parece tan absurdo como los memes que se burlan de la disonancia entre los sueños y la realidad.
¿Y entonces, qué queda?
Tal vez abrazar esta soledad disociada, tumbado en el sofá con tu mascota o seres queridos, después de un largo día. Haber ido a terapia, disfrutar comida reconfortante y reproducir tu canción favorita en bucle. Quizá, en medio de tantas expectativas incumplidas, ese momento de calma y conexión honesta sea lo único que realmente tiene sentido.
-Mierda, ¡Qué dicha son los primeros treinta!-.
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